Nihilum est omnia.

Hace más de un año que no vertía mis meticulosas palabras aquí, un año en el que la vida fue haciendo de las suyas de la manera más propia, más viva, exponencial, explosiva.

La vida es uno de los procesos más complejos de la existencia que está regida, como todo, por la más simple -contrario a lo que podríamos pensar- de las dimensiones; el tiempo. Dinámica, en eterno pero mortal movimiento, la evolución inclemente que hace que lo biológico crezca y caiga en picada, mientras que lo cognitivo crece y se hace más sofisticado hasta perderse en una niebla de demencia en la que la vida pierde de forma casi completa el derecho de llamarse vida -en calidad más no en definición-. Y así como las capacidades evolucionan también los hacen nuestras crisis, nuestras dudas y nuestros conflictos. Estamos inmersos en una especie de dialéctica de puerta batiente, en la que al hacer salir en forma de resolución a una diatriba sólo le damos entrada a otra incluso más complicada de resolver. Así como crece la capacidad crece en dificultad, complejidad o trascendencia la ecuación a ser resuelta.

Y así es la vida, real. Ni justa ni injusta, real, pues la justicia es un concepto estrechamente ligado a los límites de lo normal, de lo socialmente recíproco, de la tendencia reduccionista que tiene el hombre para llevar esa vida tan real de una forma más cómoda y organizada. "Si la vida te da limones", pero la vida no da limones, da piedras, da agua, da encuentro, da despedida, da más vida, da muerte.

Qué reconfortante es aferrarse como a un oso de peluche existencial a la idea de un sentido predeterminado, pero qué irreal, qué irresponsable. Están los que dicen buscarlo, por siempre indecisos y justificando sus conductas errantes con esa indecisión, y están los que dicen haberlo encontrado justificando sus delirios con algún relato de tinte místico y mitológico.

Lo cierto es que no hay sentido, del azar nunca hay sentido y somos producto de una azar un tanto organizado.

Pero la angustia, a pesar de ser una reacción predecible y justificable, es insensata.

Tenemos la libertad y la responsabilidad de darnos sentido.

Esas son conclusiones a las que había llegado ya desde hace un tiempo pero que siempre me gusta recordar, más que por el simple hecho de tenerlas en mente, por la necesidad de refrescar la conciencia de mi sentido.

Y mi sentido es más bien epicúreo en naturaleza. Entender y amar, buscar la ataraxia -a pesar de ser, por nuestra propia naturaleza, inalcanzable- a través de esos dos conceptos tan estrechamente ligados. Pero en este mundo de sentidos ficticios y vacíos, lograr ese estado de ausencia de deseo y equilibrio pleno es todo un acto de insurrección, pues requiere de una identidad flexible, un ser maleable y una negación completa a la noción de la predeterminación. De las menudencias y detalles de mi sentido y los retos que implica hablaré más adelante.

Más allá de todo la nada lo es todo y por eso, a pesar de no alcanzar nada, todo lo podemos.

Pesada y feliz es la ausencia de destino.

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