Del amor y la falta de este.

Amor.

Pocas personas leerán la palabra y no pensaran nada en especifico, muchas lo harán pensando en alguien y quizás dejando escapar un pequeño pero cargado suspiro, pero la mayoría pensará que esta entrada será algo estúpido. Solo por empezar con la palabra "amor".

El amor es un concepto que es abarcado áreas tan diversas como la psicología, la biología, la sociología y básicamente toda ciencia que estudie de una manera u otra el comportamiento humano.

Éste viene definido por sentimientos de apego, afecto y cariño; pero también de pertenencia, de imposición y de exigencia.

Desde un punto de vista científico-biológico no es más que una serie de respuestas hormonales con predominio en la liberación de oxitocina producida por el sistema limbico, desencadenada por la interacción de un individuo con una posible pareja, siendo esta respuesta más o menos fuerte dependiendo de la compatibilidad de esta pareja para la reproducción. También existen respuestas hormonales basadas en la oxitocina dadas por la interacción con miembros del grupo familiar, solo que estos (normalmente) no vienen ligados a ninguna respuesta de tipo sexual, siendo dirigidas estas a la preservación de la especie más que a la reproducción.

Ahora, dejando la charla científica y conceptual a un lado, el amor es algo inherente a la existencia humana. Es lo que como personas buscamos de manera instintiva. El amor por nuestros padres nos define, el amor por lo que somos nos moldea, el amor por los demás nos impulsa. El amor es la cumbre nunca nombrada del hedonismo, característica definitoria del ser humano, es la cúspide del placer y la culminación de nuestro objetivo genético como especie. Sin embargo, e irónicamente, es una de las tareas más competitivas y angustiantes que un ser humano puede llegar a tener.

Es de extrema dificultad poder señalar alguna sociedad que haya logrado llegar a tal punto de avance altruista como para categorizarla por su capacidad de amar.

En la actualidad la superficialidad es el pan de cada día, personas que sobrevaloran su periferia y sobreprotegen su centro. Nos escondemos detrás de humo y cortinas de apariencia, cada vez resguardando más nuestra intimidad, sin darnos cuenta que somos como un libro cual portada se vuelve más grande y suntuosa pero que poco a poco se va quedando si páginas. Una buena analogía para explicar esto es aquel museo que cierra porque una persona rompe un cuadro, gracias a un cuadro roto el resto pasan al olvido, por una persona que no supo comportarse nadie más podrá apreciar el arte dentro de ese museo. Sin embargo los transeúntes siempre pasan por la fachada del museo, es lo que el museo muestra, y su dueño se empeña en mejorarla con fotos borrosas de alguna de las obras que se pueden ver dentro de este. Pero el museo sigue cerrado. Podemos aplicar esto siendo nosotros el museo, y las obras en su interior todo los componentes de nuestro psique, nuestro centro. En algún momento de la vida nos vemos heridos por una persona, a veces varias veces, y esto nos lleva a cerrarnos cada día un poco. Al final lo único que queda es la fachada embellecida y las escondidas y dejadas al olvido. Después de este momento las personas que nos rodean pasan a ser los transeúntes que solo llegan a ver lo poco que el amurallado museo deja ver en su frente y por sus ventanas.

Llevando esto al plano del amor, hay personas que estás completa o parcialmente cerradas al amor y otras que estamos completa o parcialmente abiertos al amor. El problema es que cada vez son menos los que están abiertos, pero siempre seguiremos siendo los mismos buscándolo. Es imposible encontrarlo sino estás dispuesto a darlo.

Todo este conjunto de elementos hacen que amar quede en segundo plano y esto, precisamente, es lo que nos lleva a la superficialidad e hipersexualidad de la sociedad en la que vivimos. Nadie está dispuesto a ceder, toda relación comienza por el reconocimiento y la compatibilidad de la parte superficial de ambos miembros de una pareja, pero el progreso es imposible si solo se llega hasta allí. La apariencia de una persona per sé cansa, crea costumbre. Por eso hay tantas relaciones que fracasan por infidelidad. Pero si se logra querer, si ambos son lo suficientemente maduros como descubrirse sin miedo a la otra persona, se crea la necesidad de amar y una necesidad jamás se hace costumbre.

Estamos tan acostumbrados al placer inmediato que nos olvidamos que éste, además de inmediato, es fugaz, efímero. Queremos tener una relación porque conscientemente queremos compañía, aceptación y sexo. Queremos amar y ser amados. Pero estamos tan entrenados a no hacerlo que después de un tiempo y ya dentro de la relación olvidamos el propósito de la misma, para partir a buscar una nueva y repetir el ciclo una y otra vez, llevando solo a la conclusión de que el amor es solo un mito inventado por las religiones y los autores de libros de autoayuda. Pasamos de lo sensato, que es la moderación del sentimiento, a lo completamente irracional, que es la falta total de este.

Mientras estemos a la defensiva y no soltemos los prejuicios, jamás llegaremos a ser felices.

Que difícil es vivir con miedo a querer.

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