Quieto.

Oh querida musa, quién fuese olímpico para escapar de tan grosera, mortal e impertinente falta de pragmatismo de esta esfera, ecuador de la existencia condenado a ser la indolente mitad.

Hundido hasta el cuello en una fosa de hediondo extremismo. Un insulto descarado en la cara de la madre Gaia, ínfulas de blanco y negro puros en un mundo preñado de color, con abundancia de grises morales y de ausencia absoluta de absolutos.

Pero henos aquí, en el medio del camino, suspendidos en la cuerda floja que flota inerte sobre el abismo. Cargamos con el pecado de la pereza sobre nuestros hombros, pero la pereza más pesada, la del que comienza a caminar pero en el andar pierde el interés.

Estáticos estamos, ya que perdimos el interés más básico, el de la transformación, la metamorfosis, la evolución. Somos una eternidad condenada a ser oruga.

Enfermos estamos. infestados hasta la médula del mal que nació como gemelo parásito de nuestra especie. La peste de nuestros días. El cáncer del conformismo.

Oh querida musa, quién fuese oráculo para prever la tela del futuro, pues hoy vivo con miedo y profunda inquietud. Miedo e inquietud de lo que nos espera, de que aquello que nos empuje a seguir, quizás nos tumbe de la cuerda y el abismo ser haga dueño.

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