Más allá del horizonte. Prólogo.
Recuerdo bien el día en el que conocí a aquel gato.
Era un día de esos que hacen suspirar a los incautos, engañados por esa belleza áurea de un amanecer despejado adornado de cantos aviarios madrugadores. La temperatura perfecta como para sentir esa brisa fresca en la piel que eriza los cabellos, pero no provoca frío. El olor a pan recién horneado, la charla todavía modesta de los pueblerinos y el sonido repetitivo del martillo golpeando el metal candente en la herrería.
Esto es lo primero que recuerdo, lo maravilloso que era aquel día. No recuerdo como fue antes, de donde venía, cuánto tiempo tenía despierto o si siquiera había dormido esa noche. Ese día es el comienzo de mi memoria. Y lo más significativo, ahora que todo tiene sentido, aquel gato.
Me miraba con ojos de indiferencia, como un gato cualquiera. Pero cuando me dispuse a cruzar la calle su mirada cambió de forma repentina y, aunque se trataba de un ser sin conciencia (o al menos eso creía en aquellos días), bastante premeditada.
Me detuve al instante al ver en los ojos de aquel gato, blanco como la seda, lo que parecía ser interés en mi existencia. Pensé que un gato no era capaz de tal mirada inquisitiva, que probablemente era obra de una alguna bruja o persona que tenía esa capacidad prohibida de manipular a los animales a su conveniencia, creencia popular para aquel entonces. Pensé en el porqué una persona con semejantes habilidades se interesaría en mí, si yo no tenía nada en especial. ¿O sí? No lo recuerdo. Pensé, al fin, que todo habría sido producto de mi prolífica imaginación y retiré la mirada de los ojos de aquel felino para poder continuar, indiferente, el camino que desde un principio recorría.
Sin embargo la decisión llegó tarde. Tarde para los acontecimientos que desencadenaron todo lo que nos lleva a la actualidad de mi existencia.
Recuerdo bien el sonido de los cascos de los caballos acercándose decididos. El rechinar de las ruedas de madera y hierro forjado de la carreta en el accidentado camino de piedra. El tirar de las riendas cuando el distraído jinete realizó que había una persona en su camino. El grito ahogado que este mismo dejó escapar cuando cayó en cuenta que era tarde para halar de las riendas, y que el niño que estaba allí en el camino, con la mirada perdida en un punto vacío al lado del camino, iba a enfrentar un destino fatal. Recuerdo dolorosamente el impacto con el primer caballo. Los segundos que pasaban como siglos mientras veía pasar, aturdido, la parte baja del equino. Recuerdo, antes de dormir, el sonido de mis huesos crujiendo dolorosamente al pasar de aquella rueda de madera y hierro forjado. Pero la memoria que me persigue aún es la de aquel gato. Lamiendo mi sangre y mirando mi cadáver de esa manera inquisitiva que tanto me inquietaba.
Pero esta última escena no la vi, no era posible. Mis ojos se encontraban en alguna parte de ese festival de hueso molido y lo que quedaba de mi cara. Lo sentí. Lo sentí con aquel atisbo de vida que quedaba en mi cuerpo. Con el poco de calor que había dejado la muerte reciente. Y esa conciencia solo se perdió en el momento en el que el felino susurró a mis restos.
-"Despierta."
Comenzando así mi vida. Despertando en un charco de sangre tibia, rodeado de una multitud sorprendida, con el único recuerdo de un día inquietantemente hermoso, un dolor de cabeza más allá de lo soportable y una nueva mascota.
Sin embargo la decisión llegó tarde. Tarde para los acontecimientos que desencadenaron todo lo que nos lleva a la actualidad de mi existencia.
Recuerdo bien el sonido de los cascos de los caballos acercándose decididos. El rechinar de las ruedas de madera y hierro forjado de la carreta en el accidentado camino de piedra. El tirar de las riendas cuando el distraído jinete realizó que había una persona en su camino. El grito ahogado que este mismo dejó escapar cuando cayó en cuenta que era tarde para halar de las riendas, y que el niño que estaba allí en el camino, con la mirada perdida en un punto vacío al lado del camino, iba a enfrentar un destino fatal. Recuerdo dolorosamente el impacto con el primer caballo. Los segundos que pasaban como siglos mientras veía pasar, aturdido, la parte baja del equino. Recuerdo, antes de dormir, el sonido de mis huesos crujiendo dolorosamente al pasar de aquella rueda de madera y hierro forjado. Pero la memoria que me persigue aún es la de aquel gato. Lamiendo mi sangre y mirando mi cadáver de esa manera inquisitiva que tanto me inquietaba.
Pero esta última escena no la vi, no era posible. Mis ojos se encontraban en alguna parte de ese festival de hueso molido y lo que quedaba de mi cara. Lo sentí. Lo sentí con aquel atisbo de vida que quedaba en mi cuerpo. Con el poco de calor que había dejado la muerte reciente. Y esa conciencia solo se perdió en el momento en el que el felino susurró a mis restos.
-"Despierta."
Comenzando así mi vida. Despertando en un charco de sangre tibia, rodeado de una multitud sorprendida, con el único recuerdo de un día inquietantemente hermoso, un dolor de cabeza más allá de lo soportable y una nueva mascota.
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