En el horizonte.

Todo tenemos alguien a quien atribuirle el idilio, lo platónico, lo idealizado; pues sin la idea de lo ideal, la razón claudica, se hace abstracta.

Al ser ideal, por desgracia, se hace incompatible con la realidad. Y la realidad es una verdad severa. Lo relacionado a esta idea se transforma en padecimiento. Se disfraza eventualmente con el velo de la posibilidad, esbozando mil universos en los que la idea y la realidad se difuminan en un degradado que solo es posible en una existencia aparte. La imaginación.

Pero la imaginación, como aquel que la porta y la usa, tiene un limita impuesto por la propia biología del aparato que le da vida. Cuando esta caduca el telón se abre y queda expuesta y desnuda la fría, lógica, pero funesta verdad. Que la idea es idea. Nada más. La imposibilidad.

El acto se derrumba al unísono con la esperanza. Y nace el padecimiento.Y el padecimiento de este idilio es directamente proporcional a la cercanía de este sujeto, el objeto de la idea, el aludido por el verbo.

Sin embargo la ley que nos hace conscientes y que rige a todo ser inteligente se impone a nuestro favor para crear ganancia de lo que hasta ahora era perdida. A medida que crece el padecimiento también lo hace la experiencia. Como dos conceptos unidos por un lazo cuántico ambos se alimentan y se transfiguran, de lo que recibe o cambia al otro.

Solo para reflexionar. Si bien tu propósito inaccesible está cerca, también lo esta la posibilidad de aprender. De allí la tendencia al pesimismo de las personas que conocemos el porvenir de estos sucesos.

Ni siquiera yo, quien escribe, se salva de esta cruel jugada del desfase entre el pensamiento y lo verdaderamente tangible.

La cercanía me asfixia, pero el tiempo y la repetición me han enseñado la sabiduría de la aceptación. Me han enseñado un atisbo del valor de des-individualizar el júbilo, de hacer de experiencias ajenas aprendizaje y regocijo propio.

El idilio para mi termina pronto (quizás para ser sustituido por otro), pues la relativa cercanía tiene fecha de vencimiento.

Es impresionante lo mucho que se puede vivir sin la necesidad de la presencia del sujeto. Pues ya no se si la prolífica imaginación que reside en mi es más una maldición o un don.

Pero ya la paz me invade. Y solo le puedo desear felicidad de la más pura, limpia y desinteresada.

Al lector.
Gracias por ser el medio sin intención para mi catarsis.

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