Aleatorio

Comienzo resaltando que lo aquí escrito son solo pensamientos aleatorios digitalizados. Cualquier referencia en forma de frase, anécdota o reseña es completamente intencional.

Supongo que hablar de las ideas que vuelan como luciérnagas alumbrando mi conciencia en este momento sin hacer mención (ligera pero efectiva) de los eventos pasados y recientes que hayan podido alimentar su luz, sería un error. Eso si mi intención es compartir una recopilación con sentido de estas mismas ideas.

Recuerdo que cuando pequeño era un niño de pocos amigos y muy pocos conocidos. El mundo a mi alrededor giraba a un ritmo distinto al mundo que yo me había creado, el que era propio, solo para mi. Me entretenía todo el día jugando con mis legos, fabricando historias, o atravesando historias prefabricadas cada vez que me dedicaba a un videojuego. Cualquier objeto al alcance de mi mano era potencialmente todo, siempre y cuando resultara útil para la elaboración del relato. Mi techo era otro mundo que cubría el sol y el piso el lugar donde las personas trataban de vivir para derrotar a la tiranía del malvado y ver la luz una vez más.

Cada vez que me inventaba algo que jugaba con la paciencia de mis padres me "castigaban" con restricciones, quitándome cuanto bien y privilegio podían. El uso de las comillas es lo fundamental en este párrafo, ya que no existía castigo efectivo porque así fuera con una varita de madera en el jardín, mi techo y mi piso, podía crear una historia.

No negaré que de vez en cuando, mientras considero si dormir o no, esas historias reviven, tan vivas y coloridas como cuando fueron creadas.

Por supuesto en una familia como todas hay problemas, y estos siempre (por más aislada que era mi conciencia) me afectaban. El miedo infantil a la oscuridad y dibujos de grandes monstruos armados eran mi expresión y mi defensa contra la realidad implacable, seca y madura del mundo aparte.

Se podrán imaginar por lo poco que les he contado lo difícil que era para alguien ajeno a mi, pertenecer a los hechos que merecían mi atención. Pero todo radica en que nací para ser bueno, me criaron siendo bueno y, al parecer, hasta el fin de mis días la inocencia y el desinterés serán siempre característicos en mi.

Las personas a mi alrededor siempre se han caracterizado por tener un trasfondo bastante problemático.

Mi primer amigo, del que todavía guardo recuerdo, tenía el dilema de tener un hermano mayor que era adoptado, cuyas frustraciones se veían reflejadas en desprecio a su hermano menor. Esto solo para ilustrar un ejemplo.

De esta manera comencé a hacer amigos, más por contigüidad, recurrencia e insistencia, que por voluntad propia. Ellos venían a mi y yo poco a poco fui cediendo pequeños fragmentos de mi mundo hasta crear uno aparte que podía compartir y que de hecho compartía con estas personas a las que comencé a denominar amigos.

En momentos de reflexión me resulta bastante curioso que de ese niño aislado y circunspecto, haya pasado (culpando siempre a la experiencia) a ser una baliza social, una persona notable y una voz inconfundible. Suena como si estuviera cometiendo de lleno el pecado del culto a la persona y el hedonismo, pero no. Mi opinión acerca de mi mismo es mucho más modesta y, cuando hablo de mi, por norma, uso expresiones de otras personas.

Ahora de un mundo creado a regañadientes para aceptar a esos extranjeros que insistían en conocerme y darse a conocer, ha pasado a ser montones de mundos separados por elementos circunstanciales, pero unidos de alguna u otra manera por las personas que hacen vida de ellos.

Sin embargo tener lapsos en los que regreso a los brazos cómodos y firmes de la soledad es inevitable para mi. Siempre se vuelve al regazo (así sea en recuerdos) de la primera amante, y se que también será la última.

Todo este tiempo de infancia y adolescencia temprana limitadas al pensamiento y la creación, rindió frutos en forma de una madurez prematura. Quién diría que, lo que se lee como una increíble virtud, es uno de los defectos que más marcan el comportamiento de un individuo.

La sociedad, desde la revolución industrial, ha hecho un enorme y efectivo esfuerzo para clasificar, apartar, compartimentar y aislar a las unidades que la componen en grupos de características similares, más allá de la antigua división por clases sociales. Religión, preferencia política, orientación sexual, edad, raza, condiciones de salud, sexo, nivel socioeconómico y muchos otros factores, determinan el o los caminos que un individuo puede o no transitar en su vida. Esta división de estratos ha mantenido a las sociedades en un relativo pero aún lábil orden. Sin embargo estos factores, a pesar de la efectividad que han mostrado, siguen quedando cortos en contraposición con la identidad propia de cada individuo.

El conflicto surge cuando una característica en especial de una persona no coincide con el grupo que la sociedad le ha impuesto. Genios pobres, homosexuales masculinos, mujeres obreras y, en mi caso, vejez prematura del alma. Desde la pubertad (cuando el animal social que es el humano realmente despierta) siempre he sentido un desfase en cuanto a los gustos e intereses de las personas que me rodeaban. Siempre me han interesado los temas profundos, las estrellas, el origen de todo, el por qué de las cosas; y ver como la mayoría de las personas con la que tenía que convivir (medio día, 5 día a la semana) ni siquiera se interesaban por saber que era el suelo que estaban pisando, me perturbaba. Me disgustaba.

No fue hasta que me cambié al colegio donde me terminé por graduar que este disgusto se disipó, al menos lo suficiente como para no afectar mi comportamiento de manera brusca. Las constantes discusiones entre el creacionismo vulgar y la fineza científica de la evolución, tendencias políticas divididas y con fundamentos, interés por otras culturas incluso más allá de las occidentales. Allí nació mi ateísmo, mi criterio político, mi amor por pensar y mi mejor amigo.

Ahora la universidad, irónicamente, me ha devuelto a los conflictos pasados. Un terreno plagado de superficialidad y conformismo. Las personas que realmente soporto se pueden contar en decenas, las que de verdad considero compañeros con dos manos y a los que considero amigos con una (y posiblemente un par de dedos me sobren).

Usted quien sea que esté leyendo dirás "Pero así es la vida, los amigos son pocos" y yo a eso respondo que si, es así. Pero mi tribulación no es por falta de amistades, es por falta de criterios. Al parecer todas la promesas del "prestigio del médico" eran pura palabrería. Son bastantes los que se salvan y hacen honor a lo que ser universitario significa, pero son pocos cuando se ponen en contraposición a la masa.

Estos eventos quizás sonarán cercanos, y lo son, pero ya no son actuales.

Esta época actual de mi vida ha sido ciertamente reconfortante. Más allá de los amigos fijos que siempre he tenido y que quiero mantener (que siempre han sido un escape efectivo de la insípida realidad), nuevas personas han llegado. Intereses intensamente variados, historias bastante interesantes. La verdad descubrir grupos tan afines a mi es algo que contribuye a mi estabilidad. Es cautivador como unos pocos pueden llegar a opacar a la gran mayoría.

Podría decir que incluso me siento de alguna identificado (esto si va dedicado a alguien en especifico), hecho que es increíblemente excepcional, casi como si parte de mi se hubiera hecho mujer. Todo esto en medio de casualidades hilarantes y la novedad de alguien recién conocido (relativamente).

Personas así ya no representan una intrusión a mi mundo de soledad, sino que, al contrario, están invitados por mi curiosidad. Curiosidad que me hace querer conocerlas, tenerlas cerca, e integrarlas al mundo propio al que pocos han tenido el gusto de acceder.

El niño solitario está de vacaciones.

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