Alicia.
Déjate caer - como un susurro espectral me despertó-.
Se despertó de forma repentina, súbita. Sin embargo calma y serena.
Como persona sensata naturalmente se pensaría que escuchar una voz con semejante claridad, en el tránsito entre el sueño y la vigilia, tendría cualquiera de los dos siguientes significados, uno igual de perturbador que el otro: O había una persona allí sentada al borde de su cama, saboreando su sueño; o aquella persona estaba más profunda, dentro del sueño, cual alucinación. Sin embargo solo una vaga mirada a la habitación semi-iluminada en la que se encontraba bastó, al menos parcialmente, para descartar la primera posibilidad.
He de estar loca al fin -me dije como si no lo supiera de antemano-.
Repasó cada uno de los objetos y pertenencias que hacían residencia en su espacio personal de 5 por 5. Miró la inmediatez de sus sabanas de flores rosadas, sus enormes almohadones que la abrazaban en su soltería, pasó por su mesita de noche donde reposaba fría y durmiente su lámpara de aspecto metálico, industrial y, por muy paradójico que se lea, elegante. Pasó la mirada por su despertador, fallecido hace meses sin sepelio ni sepulcro, desde aquel entonces en que su propio reloj interno la despertaba a la hora justa para trabajar, pero equivocada para no hacer nada.
Continuó su recorrido por su puerta blanco estándar, como pasadizo de hospital. Reconfortante pero a la vez inquietante, más espejo -para ella- que puerta. Las puertas deslizables de su vestidor como siempre entreabiertas, preparadas para suministrar las próximas prendas para la más cercana inmersión social, siempre al alcance de su mano presurosa.
Su escritorio estaba en las condiciones exactas en las que había quedado desde el día anterior cuando trabajaba en él. La luz del monitor de la pc aún titilando en un rojo apagado y lánguido de suspensión, los papeles regados en un caos ordenado que solo su creadora - o alguna otra mente brillante- podría entender,la repisita con sus libros favoritos inmaculada, y sus más recientes proyectos allí a la vista por si la inspiración hacía acto de aparición repentino. Un pequeño gato de juguete que otrora fuera un regalo, con su sonrisa enorme casi brillaba tenue, compañero de conversación cuando las noches se alargaban demasiado.
Todo este corto paseo no duró más de 5 parpadeos, pero es un hecho aceptado por la sociedad que la relatividad tiene un fuerte efecto somnífero. Y este efecto ya la llevaba a reanudar su viaje de descanso, de no ser por la tenue brisa que rozó su rostro.
Si la relatividad es homóloga a una pastilla para dormir, el encontrar tu ventana abierta al súbito despertar es como un espresso de buenos días. Suficiente como para sentarla de golpe y centrar su vista en el mar ventoso de posibilidades que yacía en sus ondulantes cortinas negras.
¿La habré dejado abierta? Quizás la cerré mal, esas cosas pasan. Además el clima no esta nada bien ¿Verdad? -me dije a mi misma en voz alta, reconfortante, en un intento de ahuyentar cualquier miedo-.
Después de la lucha interna entre rendirse al sueño o a la curiosidad, obviamente con la última como vencedora universal, caló los pies en sus pantuflas de conejo y caminó a paso seguro, pero adormilado y torpe, hacía la ventana.
Las cortinas que cubrían lo que la separaba del exterior eran negro profundo y ondulaban como haciendo un elaborado gesto de invitación casi traslucido, efímero. Se acercó con algo de cautela y separó las cortinas como esperando encontrar al asesino que acabaría con su vida detrás de la espesa oscuridad de sus cortinas. Solo se encontró con que el viento era fresco de otoño y las luces de la calle, a pesar de ser bastante modestas, eran lo suficientemente obstinadas como para molestar a la vista de alguien que acababa de despertar. La golpeó también, al olfato, un intenso olor a quemado. Un olor a tabaco y especias en combustión lenta pero continua.
El vecino tiene gustos exóticos - pensé-, y además las personas que tenemos ese hábito - de fumar- somos bastante comunes en este vecindario. - seguía buscando explicaciones para esta sucesión de extraños pero terrenales incidentes-.
La teoría del viento abriendo la ventana mal cerrada le resultó la más plausible. Al fin y al cabo abría su ventana para darle libertad al humo del cigarro cuando trabajaba, y esta vez no había sido la excepción. Echó un desinteresado vistazo a las plantas que estaban en el pequeño posadero de la parte baja de su ventana y agradeció el poco apetito de la oruga que habitaba muy cómoda en su bonsai japones, que de otra manera habría tenido que despachar. Cerró la ventana.
Esta vez bien - me aseguré de cerrarla bien dos veces, solo para estar segura-.
Volvió a su cama, pero en pleno tránsito de regreso una mirada inquisitiva la detuvo.
Observó la pequeña figura de gato que había repasado tiempo antes esta vez con más detenimiento. Su mirada era misteriosa y sagaz. Su sonrisa penetrante y casi obscena. Le pareció bastante extraño el hecho de no poder recordar quien le había regalado aquel simpático y enigmático recuerdo. Solo fue inquietud pues ya su curiosidad llegaba a su fin y también quería dormir. Aquel gato la hacía sentir de alguna manera pequeña y esta era una sensación que ella no soportaba, a pesar de que le resultaba extrañamente familiar. Despejó su mente, se acomodó el sombrerito que sacó de la última gaveta de su mesita de noche y que cuando niña usaba para las noches en las que tenía pesadillas. Se fue a la cama un poco más tranquila. Solo pensando ahora en su pequeño gato.
Fue corto el tiempo de conciliación del sueño, al fin y al cabo era una actividad que estaba reanudando. Recordó, por azares de una mente agotada, cuando de niña tropezó con la raíz de un árbol persiguiendo a un pequeño roedor en aquellas vacaciones familiares en las que su hermana le leía cuentos aburridos. Aquella vez que se dio, por este tropiezo, un duro golpe en la cabeza, y en ese momento las palabras que escuchaba una y otra vez.
Déjate caer - como un susurro espectral escuché antes de caer dormida-.
Pues iba tarde para la hora del té.
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