Polvo al viento
Pensamientos aleatorios, ese sería un título más
apropiado para esta entrada. Pero quería hacerle un poco de honor al título y
eso fue lo que mi mente maquinó.
Solo las ganas de escribir me traen a este lugar.
Necesidad más que ganas, no más que la prostituida necesidad de desahogo que no
podemos saciar en otro lugar más que en el anonimato, completo o parcial. Y
solo con esa máscara puesta porque en la realidad necesitamos mantener las
apariencias, tú eres alguien para los demás, eres alguien para ti, y al final
sencillamente eres alguien.
Pero esas facetas son, más para unos que para
otros, tristemente incongruentes.
Quizá la base sea la misma, es decir, un bloque que
se mantenga constante en la construcción de estas personalidades modulares. A
mi parecer a este módulo personal lo componen bloques que pueden ser
ampliamente reconocibles; un bloque para lo colectivo, un bloque para la
familia cercana, otro para la lejana, bloques para los amigos, bloques para los
enemigos, bloques para los conocidos, y una infinidad de bloques o módulos que
hacen una estructura más grande y organizada. Además de estos bloques, siempre
esta ese invariable que, siendo más grande o más pequeño, representa lo que en esencia
somos, más allá de lo que “queramos” ser.
Esta estructura unificada es lo que mostramos a los
demás y percibimos nosotros mismos como persona.
Esto es fácil de describir, pero la situación se torna intrincada cuando se
busca el equilibrio entre estas personalidades, estas imágenes que damos a
conocer después de que, inconscientemente las construimos.
¿Quién eres tú con tu madre?
¿Quién eres tú con tus amigos?
¿Quién eres tú con la persona por la que te sientes
atraído?
Después de pensar en estas preguntas lo más lógico
es comparar las respuestas, pero al comparar las respuestas surge la pregunta
que probablemente sea la más repetida, esa que define al vacío en la
existencia:
¿Quién soy?
Y luego de hacerte esta pregunta y tener la suerte
de engañarte con alguna respuesta, surge otra que a muchos nos acongoja aún después
de tener grandes logros, de tener grandes amistades, de vivir en estabilidad,
en seguridad y en todo eso que como seres vivos y conscientes se definen como
necesidades. La pregunta que me trae a escribir esta noche:
¿Qué quiero?
Y aquí dirán que soy una persona que no sabe lo
quiere, un sin rumbo, un inseguro y mil insultos más hacía mi sana curiosidad. Mil
injurias que más que servir a mi dolor, sirven para llenar el vacío que deja la
respuesta de esta pregunta en los pensamientos de esos que las lanzan, más por
defensa que por ofensa.
Yo personalmente baso mi vida en creer que he
encontrado la respuesta a esa pregunta, sea mentira o sea verdad. Yo me
caracterizo por mi sonrisa, mi voz estruendosa, mi presencia notable y mi
indiferencia hacía las adversidades. Así me ven…
Y allí volvemos al punto de la imagen. ¿Quién puede
garantizar que la imagen que yo muestro a los demás es la imagen que me muestro
a mí mismo? Y desgraciadamente, al ser parte de este sistema llamado vida, no
me escapo de la regla.
A pesar de mi cara risueña y mi apariencia de júbilo
perpetuo, lo cierto es que en mí, cuando me desnudo ante el espejo de mi
conciencia, me atrapa ese manto negro de la depresión. Y no una depresión de
esas que se lleva de fiesta el prozac. No de esas tristezas que son crónicas
pero basadas en hechos concretos. Es más un vacío que es análogo a la tortura
de la gota. Como ese dolor que más que intolerable es molesto. Esa eterna y
maldita sensación de que algo me falta, que aún a pesar de tenerlo todo lo que
según Maslow te lleva a la cima de la escarpada pirámide, persiste.
Antes pensaba que era amor lo que se me había
escapado, pero ahora esa respuesta me parece vaga. Siento cada vez más que el
amor no es más que una idealización para enriquecer la literatura que algo que
en verdad puede verse encarnado en la realidad. Pero lo cierto es que esto lo “pienso”,
es consciente; pero también pienso que hay un corazón tallado en ese bloque que
cualquiera de mis yos no varía. Que estoy bajo la maldición, condenado, forzado
a creer en el amor.
¿Qué necesito? Matar a la esperanza o alimentarla.
O quizá solo dejarla morir de hambre. Pero el terror que me invade es el darme
cuenta que, viva o muerta esa esperanza, el vacío seguiría vacío.
Esto es algo que me atribula hasta que amanece y es
hora de dar la cara a la gente, gente que si viera al Alejandro que se quedó
dormido creerían estar viendo a otra persona, a pesar de que lo que ven en
físico siga siendo lo mismo. Por eso es que la conciencia y la inconciencia se
ponen de acuerdo y, casi más rápido de lo que me da cuenta que estoy despierto,
regresa la sonrisa a mi rostro. Todo por la inminencia de la socialización. Y
no les puedo mentir, esa sonrisa es bastante reconfortante, adictiva. Quizás
por eso es que odie estar solo (Y al mismo tiempo lo ame).
Ahora todo esto me lleva a pensar que si en mi caso
lo que aparento ser, esta tan alejado de lo que soy para mí, ¿Cómo será para
los demás? ¿Con quién me encuentro todas las mañanas? ¿A quién estoy saludando
todos los días? ¿Qué tan ellos son aquellos con los que convivo?
Esas preguntas quizás sean lo que llenen mi vacío
durante algún tiempo. A menos que el subconsciente siga haciendo lo mismo, y avive las esperanzas perdidas. Quien sabe? Si ni yo se.
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