De la confianza y otros conceptos en extinción.

La confianza, desde un punto de vista psicológico, no es más que la creencia en que, la persona en la que se deposita ésta, actué de una manera ya prevista. Es el más elemental acto de adivinación, y también el más empírico, porque este deriva completamente de la experiencia.

Se escucha sencillo, ¿No?

Por desgracia los humanos (como siempre) somos más complicados que un simple concepto.

La confianza es algo que damos y recibimos. Es una pase de acceso a los diferentes niveles de nuestra conciencia, de nuestra intimidad. Nos permite categorizar a las personas en grupos que reciben distintas cantidades de información y comparten distinta cantidad de tiempo de nuestra vida. Entre más confianza tengamos más es lo profundo permitiremos que se excave en nuestra mente.

Si la confianza implica tanto peso emocional, es predecible que la confianza esté siempre ligada a altas expectativas. Nunca le permitirías ni el más mínimo momento de tu vida a alguien que lo fuera a desperdiciar. Por eso, más que ser una simple predicción de lo que la otra persona hará, es lo que queremos que la otra persona haga.

El problema comienza (y en esto se centra la presente entrada) cuando lo que esperamos, lo que queremos, no es lo que sucede.

Decepción, tristeza, frustración, reacciones comunes de una confianza equivocada. Cuando las personas actúan de una manera perjudicial para nuestro mundo emotivo tendemos a cerrarnos, la confianza es algo que con facilidad se pierde. Y es algo natural. Al fin y al cabo necesitamos ser selectivos porque en eso se basa la sociedad, en eso se basa la evolución. Selectividad.

Pero todo tiene su medida.

En la sociedad de hoy en día ciertamente la confianza es un fenómeno que no se da a menudo. Vivimos en un mundo altamente materialista, sexualizado e individualista. Nos quieren enseñar, desde la cuna, que nadie está por encima de nuestro intereses y nos terminan enseñando que nuestros intereses están por encima de todo. Nos quieren enseñar que las cosas saldrán bien si pones suficiente esfuerzo, y terminamos aprendiendo que las cosas siempre saldrán bien. Nada en este mundo nos prepara para fallar, cuando fallar es algo natural.

Tenemos (algunos más que otros) la tendencia a confiar ciegamente (en edades tempranas) en todo aquel que guarde alguna semejanza con nosotros, que comparta algún gusto, que tenga una misma idea. Sin embargo al final la primera enseñanza siempre se impone. Los intereses personales son el fin... y a quién carajo le importan los medios.

En ese momento crucial, ese momento en el que recibimos nuestra primera estocada en la vida, tenemos dos caminos que tomar: Limpiarnos la herida y volver a intentarlo con cautela, o hacer un escándalo (la mayoría de las veces interno) y no volver a intentarlo jamás.

Pues, vivimos en un mundo que está tomando el segundo camino y peor aún, de personas que hacen que otros lo tomen, quebrando también su confianza, en una especie de venganza que pasa de mano en mano.

Básicamente la confianza es algo que ha perdido importancia, siempre y cuando no sea la propia. Así de egoístas nos hemos convertido.

Claro, una gran parte de la sociedad ha tomado el primer camino; y éstas personas, a menos que sean lo suficientemente afortunadas o perceptivas, llevan la carga de la escasez. Andan por ahí repartiendo su confianza y viendo como se cae a pedazos, solo para volverlo a intentar. Al final ambos son masoquistas, uno por no dar la confianza, dando pie a la soledad, y otro porque no se cansa de ver como la pisan despiadadamente.

Cada vez confiamos menos, pero confiando menos también despreciamos la confianza del que se atreve a intentarlo. Estamos bailando un ballet entre los quieren y los que no, poco a poco llevando a un desenlace en que ya nadie podrá creer en nadie.

La única manera de hacer la diferencia es administrando la confianza de una manera inteligente. Darla a gotas pero nunca dejar de darla. Al fin y al cabo siempre seremos animales sociales.

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